lunes, 5 de septiembre de 2011

Sed






Buenos Aires era un caos, no muy distinto a cualquier otro día, autos, taxis, humo de los bondis, tierra en el aire, ruido, deambulantes, charcos, animales desubicados, vendedores insistentes, caras pegajosas, sudores ajenos, revisteros pornográficos, gente hablando, gente fumando, gente corriendo, gente tomando café, gente comiendo, gente, gente, gente, mucha gente. Jimena era un transeúnte más caminando por las veredas de la Avenida Santa Fe. Había salido del trabajo, sin ganas de volver a su casa y con la urgencia de algo diferente. A su derecha estaba el Ateneo, nunca había entrado, le gustaba leer, pero siempre pensó que los libros eran más caros ahí, ella los compraba en una librería sin nombre que quedaba a la vuelta de su casa. A su izquierda estaba el caos de la ciudad y la calle congestionada, su colectivo no llegaba, decidió entrar en la librería a chusmear.


Cuando entró se encontró con miles de libros a su disposición, se dirigió a la parte de atrás y de repente se le abrieron los ojos como se le abrirían a una niña que se encuentra con que la Barbie con la que juega se ha convertido en persona y ahora es más grande que ella. No lo podía creer, era de los lugares más lindos que había visitó jamás. Era un teatro convertido en librería, lo mejor de los dos mundos, libros y teatro, arte y literatura, luz, mucha luz y en ella un sentimiento de paz y alegría muy distinto, y que jamás había tenido.


Jimena empezó a caminar por los anaqueles cual fantasma, se sentía como uno también, así como el Fantasma de la Opera, nadie la podía ver, nadie sabía que ella estaba allí. De vez en cuando paraba y escogía un libro, ella pensaba que la gente vería el libro flotando y eso le daba gracia, se reía un poquito, porque en realidad sabía que se hacía un cuento en su cabeza, estaba jugando, así era su mundo, se imaginaba cosas y se divertía.

Le encantaban los libros, siempre había querido ser escritora, capaz que ahora lo haría, escribiría, para algún día ser un personaje de esta librería. La vida se le había escurrido, estudió una carrera que no le gustaba, pero que le aseguraba un trabajo. ¿Cómo iba a estudiar para ser escritora? Eso hubiera sido una burrada. Ya tenía treinta y cinco, seguía soltera, se manejaba en un mundo de hombres, no había tiempo para salir y divertirse, con tanta competencia debería mantenerse trabajando sin respiro para llegar a estar on top. Pero ahora veía que podría darse esa oportunidad, hacer lo que ella realmente quería, escribir, crear historias, sumergirse en mundos alternos.

Allí, frente a ella había muchos libros, muchas historias. Agarró unos cuantos libros y se los llevó a ver si encontraba un lugar para ojearlos, cuando se percató de que al fondo había un café, que por suerte no estaba muy lleno, y fue a sentarse en una mesa. Le parecía admirable y de una creatividad exquisita poner un café en el escenario del antiguo teatro. Desde donde estaba podía ver la cuerda del telón y los botones que en otro tiempo se habrán usado para hacer grandes espectáculos. Estar en ese escenario la hacía sentir importante, con ganas de llevarse el mundo por delante. Con una sinfonía que le emanaba de los poros, ella sentía no sólo que hoy era un día especial, sino que marcaba en comienzo de algo nuevo.

Se pidió unas medialunas y un té, en otro momento habría pedido solo un vaso de agua porque nunca gastaba de más, en este café las cosas eran más caras, pero hoy no le importaba. Todavía se sentía invisible, pero ahora con el deseo de algún día dejar de serlo al convertirse en uno de los personajes importantes que desfilaban por las butacas de Ateneo. Quería dejar un legado y que quede plasmado en la 1860 de la Avenida Santa Fe.


Se puso a pensar de lo que escribiría, miraba el ambiente, miraba a la gente, miraba las tazas que llevaba la mesera de acá para allá, pero nada le venía a la mente. Miraba los libros, miraba el piso, miraba sus dedos, tan blancos y viejos, miraba las carteras, el telón, los botones, el telón y el techo. Inventaba nombres, agarraba de los que tenía en su memoria, pensaba en su perro, en la vecina, en su padre, en la niña que dejó caer su yoyo, en la camarera, en el muchacho que tenía al frente, pero no se le ocurrían buenas ideas. Se empezó a sentir perdida, no sabía lo que hacía. De repente se sintió vacía, estaba vacía, no se conocía, no sabía cómo seguir, a donde ir, cómo escribir, cómo hablar, pedir ayuda, y se dio cuenta que su vida carecía de algo, aunque en verdad carecía de muchas cosas y ella no lo sabía.


Su mirada desesperada buscaba por todos los rincones para ver si algo la llamaba, cuando vio un piano de cola sublime, elegante e imponente, y de repente se acordó que al final nunca llegó a aprender a tocarlo. Cuando era adolescente había ido a unas clases, pero al cabo de un tiempo se dejó dominar por la dificultad y terminó por dejarlo. Si había dejado el piano, pensó, debe haber sido porque no tenía las destrezas de un artista y ahora quería escribir, no podría, no sabría cómo hacerlo, no sabía, no sabía, no sabía.


De números sí que conocía, entonces se quedaría con los números, con su trabajo demandante, con su perro, con sus plantas, con sus tés en la cocina, con sus libros de una librería sin nombre, con ser fantasma, con la competencia, con las uñas sin pintar, sin conocer los rascacielos, sin andar de la mano de otro, sin oler las flores que no sean las de una funeraria, con su vida igual todos los días, sin cambiar, igual todos los días, sin mirara atrás, ni a los lados, ni arriba, su vida seguiría igual todos los días por el resto de sus días.


Jimena miró hacia adentro, buscó en todos los recovecos de su ser una razón para ignorar esos sentimientos, pero en vez de calmarse empezó a escuchar la voz de su padre que le decía que lo que estaba haciendo era una barbaridad, que cómo se le ocurriría dejarlo todo por una estupidez como esa, que se moriría de hambre, que la vida había que vivirla sin huirle a los compromisos, que la habían criado para eso, para ser exitosa, para tener más de lo que sus padres jamás pudieron ofrecerle, que les debía al menos eso, una carrera bien hecha, seriedad ante las cosas y no tonterías que no la llevarían a ningún lado, porque en el fondo para escribir, para ser un personaje más de los ánqueles del Ateneo había que tener talento.

Fue imposible, mientras más buscaba, menos razones encontraba para quedarse allí sentada. La incertidumbre, la cobardía y la ansiedad empezaron a llenarle los vacíos. El hambre se le fue, la sed ni se le diga, por lo que ni lo pensó mucho, llamó a la mesera, pagó, tomo a penas un sorbo más de su té, se levantó, agarro su cartera y casi que se fue corriendo. Se fue y dejó todo en la mesa, ni siquiera se compró un libro. Nunca más camino por la Avenida Santa Fe a la altura 1800, evitando no pasar por el Ateneo y enfrentarse con sus deseos, sus anhelos, con su impotencia y la realidad de su vida. Siguió trabajando mucho, día y noche, hasta que llegó a ser la presidenta de la junta de directivos de la compañía para la que trabajaba. Jimena siguió siempre igual, sin nadie a su lado más que su perro, las llaves de su apartamento y sus libros baratos.


Años más tarde, un día de lluvia e inundaciones, Jimena murió en un accidente de tránsito nefasto, y cómo había sido una persona importante en su ambiente y el accidente había sido una tragedia, apareció en la primera plana del diario. Jimena nunca se sacaba fotos, la que tenían en el registro era de cuando la nombraron presidenta de la junta de directivos, justo después de que se había dado cuenta que nunca sería escritora, de que en su mente había fracasado como persona, y esa fue la que pusieron en el diario.


Ese mismo día en el Ateneo había gente como de costumbre, los aficionados al arte y a las letras, y entre ellos había un hombre, ya mayor, que estaba tomando un café y tenía un cuaderno y una lapicera en la mesa. La gente lo saludaba y le pedía que les firmara sus libros. En uno de esos casos, la chica que se le acercó dejó el diario encima de la mesa mientras el firmaba su libro, y como la primera plana del diario siempre era llamativa, el señor la miró y soltó un “Noooo”. Se puso pálido como una hoja de computadora acabada de salir de la fábrica y se quedó así por unos minutos hasta que logró recuperar su compostura. La chica que le pidió que le firmara el libro se sentó al lado de él y espero hasta que se recupera.

-¿Está bien?


-Sí, sí. Perdoname, es que me pareció ver un fantasma.


-¿Enserio?


-Bueno no, no era un fantasma, es la foto de una chica que vi una vez.


-¡Ah bueno! ¿Le pido agua?


-Sí, por favor. Gracias.


La chica que le pedía su autógrafo no le pregunto más, por respeto, pues se veía que el señor lo que quería era llorar. Y lo que pasó es que a este señor sí le pareció ver un fantasma, que hace mucho tiempo había visto en ese café, justo en la mesa en la que él estaba sentado.


Hace muchos años este señor, que se llamaba Juan, era un joven de treinta y siete años, un escritor que estaba enprendiendo su carrera, escribía poemas y cuentos, y aunque no mucha gente lo conocía, tenía a algunas personas que fielmente le seguían el rastro. Una tarde Juan fue a su lugar favorito, el Ateneo, la librería mas cachendosa y más hermosa que jamás había visto. Era su lugar de encuentro consigo mismo, en el café se sentaba y se ponía a escribir.


Aquella tarde, mientras estaba sentado tomando su café, todavía no había empezado a escribir, cuando ve a una chica con una pila de libros sentarse en la mesa frente a él. Había algo en esa chica que le llamo la atención, le recordaba a las sirenas que él se imaginaba de chico cuando leía los cuentos de piratas. Una chica con una mirada perdida, de ojos verdes, con una melena negra larga que le bailaba entre los hombros y en el pecho. Le parecía ver a una diosa. Se quedo observandola un rato, ella no se daba cuenta, y él intentaba disimular para no espantarla, pero no podía dejar de mirarla. Estuvo así otro rato más, le daban ganas de hablarle, de sentarse al lado de ella y saber de su vida, de sus vidas, de hacer una vida junto a ella. Pero la mirada de la chica se empezo a desfigurar, él quería socorrerla, pero le daba miedo imponerse en sus pensamientos.


Decidió esperar a que se calmara o le mejorara la cara para entonces acercarse a ella y tocarle la mano y decirle todo lo que estaba sintiendo. Pero la chica se levanto sin dar ningún aviso y él no se movió, ella empezó a irse y él no se levantaba. Cuando se despertó de su trance y de su inercia ya era muy tarde. La chica se había escurrido entre la gente de la librería tan rápido como sus pies se lo permitieron y el no la pudo alcanzar. El volvió a su mesa, y vio que en la mesa donde había estado ella todavía estaba la pila de libros y una servilleta con palabras tachadas y un mamarracho, escrito en la servilleta estaba el nombre Victoria.


El estaba desolado, no podía entender cómo no le había dirigido la palabra, cómo no se había levantado a socorrerla, a abrazarla, a buscarla, a impedirle que se vaya. Cómo había dejado que su diosa marina le pasará por el lado sin llevarse consigo al menos un poco de su aliento. Compungido, decepcionado, triste y amargado, Juan buscó reanimarse con la idea de que la volvería a ver, en ese mismo lugar, en esa misma semana o la otra, porque él sabía que quien entraba al Ateneo siempre volvía, porque era un lugar para volver. Sin embargo, él no sabía lo que le había pasado a esa chica, no sabía que ella se fue desesperada, loca de amargura y que nunca, nunca, nunca volvería.


Con la esperanza de que algún día se la encontraría tomando un té, Juan volvía todos los días al Ateneo, y mientras esperaba empezó a escribir su primer novela, acerca de una chica que una vez vio en un café y que le arrebato la razón para no devolvérsela jamás. Y siguió escribiendo, todos los días escribía en el Ateneo, intentaba de alguna manera hacer que ella volviera. Y así sus escritos se convirtieron en novelas, 50 novelas, todas sobre aquella mujer que vio una vez y que su torpeza y su cobardía la dejaron huir, fugarse, escaparse, desaparecer y desertar aquella librería para nunca volverla a pisar. Intentando encontrarla por alguna parte del mundo, la hizo reina, princesa, hormiga y criada, y sin saberlo Jimena se estaba convirtiendo en lo que siempre había querido y más, pues ahora no era un personaje sino muchos de los personajes que desfilaban por los anaqueles de la 1860 de la Avenida Santa Fe.

Todo lo que él escribía se publicó y se hizo famoso en el mundo entero. Él, Juan Boscado, el escritor del Ateneo, logró obtener reconocimiento internacional con las historias de amor que Jimena le inspiraba. Y así relato por primera vez ésta historia a la chica que le pedía su autógrafo.


-Wow.


-Sí, viste, esa es Victoria. Ella es mi Laura, mi Marta, mi Beatriz. Ella era la razón por la que escribí todas las novelas que escribí, a ella le debo mi vida y mis ganas de vivir. Y ahora la veo por segunda vez, es ella aquí.


-Ah, wow…pero acá dice que se llama Jimena Dominguez.


-Sí, viste, Jimena, y le queda mejor, es más lindo. Es más lindo porque ahora lo sé. Gracias.


Y Juan Boscado firmo un autografó más y se fue a su casa. Esa noche cuando lo venció el cansancio soñó por última vez, soñó que estaba en el Ateneo y que veía a Jimena por primera vez.

viernes, 19 de agosto de 2011

Estirpe




corre, escurre, viaja
por mis cañas bajan
glóbulos
cual lobos
ululan
bum chiqui bum bum
marca el tiempo
sugiere contento
guía la urgencia
vigila la existencia
contamina la materia
engaña al miembro
vierte causantes
disemina bacilos
causa sepelios
traduce la inquietud del cuerpo
pero deja que la vida
bum chiqui bum bum
porque es subsistencia
duración
supervivencia
energía
fuerza
y existencia
bum chiqui bum bum

lunes, 8 de agosto de 2011

Lo que está escrito no se olvida





Diez cigarrillos en el cenicero. Diez son las noches que he pasado lejos de nuestra alcoba.
Muchos son los días en que la espera del tin tin del teléfono me vuelve loca.
Nada, absolutamente nada me inspira a buscar una respuesta de porqué no me llamas y arreglamos esto ahora.
El pasado nada apremia.
Los sentimientos y las rapsodias ya poco dejan.
Vos me dijiste una cosa,
hoy es el rufián de las mañanas.
Sola como un momento pasado absurdo.
Sola, con un tesoro que no es mío ni es tuyo.
Sola, con la cuesta a tientas.
Tengo que mover espacios, sacar ideas, despejar mis sobras.
Si bien quiero arreglar y apremiar los hechos, tus palabras se han taladrado como espinas sobre mi vientre y hoy siento que vivo a deshoras.

Me levanté así, con todas esas ideas pasando por mi mente. Me duele la cabeza y no quiero más que tomarme un café y olvidarme de esta pena.
Ayer te dije que no sabía si te amaba, tú me maldijiste, me gritaste y cortaste el rostro de mi esencia marchita en mil pedazos.
Hoy me levanto teniendo que bregar con todo eso, teniendo que buscar las fuerzas para vivir el día como si no sintiera todo lo que siento.

Frente a mi mesa, frente a mi escritorio, frente a mi labor observo y no me acuerdo.
Por un momento vivo mi oficio como si fuera todo lo que conservo para no pensar que en el fondo ya no te tengo.
Hace tiempo que te perdí, quizás mi maldición me llevó a esto.
Fue rápido, tan rápido que no está claro como se dijeron tantas cosas en tan poco tiempo.
Me llama Marta. Lucía no contesta. Me llama Juan para ver si terminé mi trabajo, Lucía está ausente. Llama Pablo, por fin llama Pablo para decirme que yo Lucía de la Huerta, tengo que viajar al correo a buscar un paquete que no tiene nombre, que no tiene lugar de vuelta.

Cuando bebo me pongo creativa, por eso ahora Lucía bebe, se toma una copa de vino y olvidará su trabajo, su oficio, el paquete y todo lo que le recuerde a Marcelo.
Marcelo tiene celos, por eso discute, por eso me dice y me dijo que yo le miento. Que la distancia engaña, que lo que fue no puede ser porque Lucía desdibuja todo lo que es cierto.
Lucía que existe porque existe y no porque quiera, porque es lo que tengo. Y Lucía es como Marta, es como María, como Candelaria. Todo lo que parece ser es lo que ves hoy, lo que desde ahora ya no cambia.


domingo, 7 de agosto de 2011

sen-ti-do

hierven las manos
intentos del olvido
letras que comen
el alma que late
todo
mientras observo
me meto en lo profundo del mundo
me derrito
dejándome llevar por el sentido

lunes, 18 de julio de 2011

No-Sí-Se

no sé
si al escaparme de tu voz te quedaras conmigo
tal vez
el recuerdo de tu ser no se irá tranquilo
sí sé
que en mis días siempre iré contigo
...en tu forma de pensar,
...en tu forma de amar
...en tu forma de decir
...y no decir pasivo

sin ti
el tiempo parecerá eterno
aquí
yo me buscaré tu cielo
al fin
será como un pasar alterno
...de los minutos que se irán,
...de los días que pasarán,
...de las horas y deshoras
...de un mañana intenso

lunes, 11 de julio de 2011

Recuerdo

Tantas páginas vacías,
días que solos quedarán.
Tantas vueltas por las vías,
cambios que solos surgirán.

Sigue esta ronda macucada,
de pies chiquitos y torpe andar.
Sigue siempre todo limpio,
algo nuevo, algo más.

Prestame tu mirada,
quiero ver lo que ves vos.
No me dejes acá plantada
que no tengo dirección.

Te pido un poquito,
un poquito nada más.
Nunca te pido nada,
hoy te pido y te vas.

Dame la mano.
Caminá delante mío.
Yo cierro los ojos
y vos me guias.

domingo, 10 de julio de 2011

Martes

el amor es como las lágrimas cálidas
que caen de mi cara a la tuya
como el viento que sopla
para esconder tus ternuras
y en pos de todo lo que vemos
se siente un leve frío en todo lo interno
se estremecen las llanuras
y todo queda en blanco o nuevamente en seco
y vos seguís ahí,
yo sin decirte nada nuevo,
sin contar ni declarar lo que pienso
no hay nada más,
de palabras hablan los cuerdos,
en cambio yo solo hablo de las ganas,
en rimas y en versos
mientras el invierno congela las penumbras en un hogar lejano,
aquí hervimos por dentro y por fuera,
la humedad no nos deja
y todo aquello que creíamos saber ya no nos pertenece,
no es lo mismo
dejado, autonomía que no fracasa por más que la dejes de lado,
cada cual con lo suyo
y así huyo yo por el camino más cercano
para alejarme menos

lunes, 4 de julio de 2011

Marco

Escrito por Maria Labandeira
en respuesta a Laura (entrada anterior)


Marco sabía que Laura no estaba bien. Había perdido esa sonrisa que la caracterizaba y su expresión había sido reemplazada por un estado sombrío como de quien vive, pero realmente no está presente o no quiere estarlo. Él ya no sabía cómo comportarse a su lado, cada cosa que decía era interpretada por ella de una manera negativa e inclusive destructiva; convertía un cumplido en crítica, una caricia en agresión.

Marco no entendía qué era exactamente lo que había originado ese cambio en ella, no comprendía cómo un ser tan extraordinario podía haberse perdido de tal forma que lo único que quedaba era un vacío lleno de desprecio y dolor. Su cuerpo lo demostraba claramente; ya no parecía ser una joven de 20 años, si no una niña de unos 12. Hace tiempo que había dejado de comer regularmente, de acuerdo a ella "se olvidaba de alimentarse". Al principio, Marco se enojaba con ella y la obligaba a comer, pero con el pasar del tiempo se resignó y de manera inconsciente comenzó a cuidar de esa niña desprotegida que tenía como novia y que veía empeorar con el pasar de los días.

Habían discutido la noche anterior porque Laura se ofendió al escuchar que Marco le decía que era linda. Ella esperaba seguir siendo la "Diosa"; así la llamaba él antes de que ocurriera el cambio en ella. Laura se hizo la indiferente, como si no le hubiese molestado el ser nada más que "linda", le dijo "total entre Diosa, bella y linda no hay mucha diferencia". Marco la miró indignado, para él seguía siendo linda, a pesar de que su cuerpo estaba delgado, su cara maltratada, sus ojos sin expresión alguna; pero la discusión casi tácita que tuvieron fue la gota que derramó el vaso. Marco volvió a mirarla, pero esta vez sintió una distancia, una separación, y se dio cuenta de que ya no podía seguir cuidando de Laura.

Hoy habían quedado de verse para ir a tomar algo algún bar, algo que él sabía que ella prefería más que ir a bailar a un boliche, pero cuando llegó a buscarla él le dijo que no quería salir. Canceló el plan, pero no sólo de esa noche, sino de todos las que pudieran presentarse desde ese momento en adelante. Se desligó de esa carga que había asumido tiempo atrás, y se sintió libre y culpable a la vez. Sentía que la abandonaba, que dejaba a la niña de 12 años sola, sin nadie que la contuviera.

Sin embargo, él con tan sólo 22 años, ya no podía más, no podía continuar así. Laura parecía no escuchar todo lo que Marco le decía, parecía no perturbarla, como si no estuviera terminando una relación de años. En eso sonó el teléfono, Laura lo atendió, era su amiga Consu que le decía que estuviera lista a las diez, que iban a salir. Laura le dio una palmada a Marco en la espalda y le dijo que estaba bien, que ahora tenía que terminar de arreglarse porque iba a salir. Marco se levantó, la besó suavemente, y sin mirar atrás salió del departamento, confundido por la forma en que todo terminaba, pero con un verdadero sentimiento de libertad.


sábado, 2 de julio de 2011

Laura

Se sentía mal, entre algunas cosas porque el día anterior no había llegado a escribir nada, aunque en realidad no importaba, nadie se daría cuenta, en su diario están solo ella y las hojas. Laura es así. Hoy no está bien. Mientras se pinta, mira al techo y piensa en todo aquello que le hace mal pensar. Después mira al piso y se olvida.

Marco le dijo que era linda, no le dijo que era una diosa, aunque su cara lo insinuaba, total entre diosa, bella y linda, no hay mucha diferencia. Laura piensa. Sus morning pages se han convertido en night pages, sin ningún deseo profundo de que existan, pero las necesita. En las noches necesita sentarse a escribir y tachar las hojas con sus pensamientos, con las cosas que le molestan, con aquellas que la conmueven. Últimamente solo escribe las cosas que necesita sacarse de la mente, o sea todo.

Ahora le pica la piel, el jabón de cincuenta centavos que se compró en el kiosco resulto ser malo, y se da cuenta que por eso le salió cincuenta centavos. No le queda más remedio que ponerse crema y terminar de arreglarse. Tarda un rato en elegir qué ponerse, no es ninguna excepción a la regla, se prueba cinco cosas diferentes para terminar poniéndose lo primero que se había probado. Con los zapatos no le pasa lo mismo, no tiene tantos pares. Debate por un minuto si ponerse chatas o tacos y decide por los zancos.

Laura se mira al espejo, ya está lista, solo le falta poner las cosas en la cartera. Los cigarrillos, el encendedor, cincuenta pesos por si la noche se extiende y se tiene que volver de lejos en taxi a su casa, y un gloss para re colorearse los labios de vez en cuando y seguir pareciendo una modelo de portada de Vogue. Pero Laura no se siente como modelo de Vogue, más bien en estos días está que ni siquiera le gustan los dedos de sus pies, pero no importa, se olvida de todo eso, porque si lo piensa no sale de su casa y como no quiere quedarse sola se olvida de esos pensamientos tontos.

Se mira al espejo otra vez para corroborar que esta perfecta, o lo más perfecta que puede llegar a estar y para ver si quedo algún rastro de que el color que tiene su cara no es natural, sino más bien el número 57 de La Roche-Posay que se compró con su hermana en una farmacia de Olivos porque ese día tenían un descuento, en vez de salirle 130 pesos le salió 100.

Laura va al living de su apartamento y se sienta en el sillón, su casa ahora no era una casa, hace unos meses se había ido a vivir con una chica en el centro. Para ella era mejor porque la facultad le quedaba más cerca y para salir era genial, sus papás vivían muy lejos y el viaje se le hacía pesado, y por lo tanto, en un intento por que Laura esté mejor, los papás optaron por darle la oportunidad de irse a vivir con un roommate.

El apartamento era muy cómodo, bien simple, pero estaba todo re modelado y recién pintado. Las amigas de Laura iban de vez en cuando a visitarla y pasaban un rato antes de salir. Hoy no vendrían porque se iban a ir directo a un bar en la Recoleta y luego a bailar. Laura le gustaba más ir a tomarse algo a un bar que ir a bailar, intentaba siempre extender la previa para evitar los boliches. No era que no le gustaba bailar, porque hasta bailaba sola en su casa, pero los boliches le resultaban pesados, los hombres como buitres, mucha gente en un mismo lugar, a veces se sentía que no podía respirar.

De todos modos cuando no le quedaba otra se aseguraba de prepararse mentalmente, tomarse una copa de vino para relajarse e irse al centro de la pista de baile y bailar sin mirar a ningún lado en específico. Sí estaba pendiente de quién estaba alrededor, a ver si había algún candidato que se estuviera disfrutando la música como ella, pero que no sea asqueroso ni pesado. Si aparecía uno insoportable, procuraba avisarles a las otras chicas y mover el bando.


Esa noche no sabía a donde iban a ir, pero Consu le dijo que a las diez esté lista y ya eran las nueve y cuarenta y cinco. Así que, sentada en el living, se prendió un cigarrillo y llamo a Consu al celular.

-Hola, ¿qué haces? ¿Saliendo de tu casa? Yo…no, no comí, me olvidé. Si esta bien, tengo empanadas en la heladera. …Tenés razón, pasa que me había quedado dormida y cuando me levanté me puse a arreglarme y…si, bueno te espero en diez.

Laura se había olvidado de comer, se había olvidado de que debía alimentarse, no sólo para no emborracharse (su papá siempre le decía que coma bien para no emborracharse) sino también porque debía ingerir algo. Últimamente se olvidaba de comer, tanto así que estaba tan flaca que se veía gorda.

Se comió las empanadas y todavía le quedaban unos minutos para que llegara Consu, agarró su cuaderno, que estaba encima de la mesa ratona, se prendió otro cigarrillo y se puso a escribir.



me encuentro aquí
sola sin tu amor
saliendo así
camino en dolor
extraño el amor
pienso hoy y siempre
pasitos con valor

hoy mas valiente
veo que no es fácil
sacarte de mi mente
no desesperarme
no desprestigiarte
olvidarte no es fácil

Suena el timbre. Laura suelta el cuaderno, apaga el cigarrillo, agarra su cartera, apaga las luces, abre la puerta, llama al ascensor, cierra la puerta, la cierra con llave, se sube al ascensor, aprieta el botón que dice PB y se va.

viernes, 1 de julio de 2011

0 cuatro 0 nueve

Es que si tuviera que pensarlo, no podría ni imaginarlo.

Es que hay cosas que pasan así, sin que nos demos cuenta.

Y vemos como todo va cayendo en su lugar una vez la fosa se queda como cuenca.

Nada termina donde no tiene que terminar.

Los caminos se van trazando, la piedras van cayendo en el camino

y lo que se hizo queda plasmado en algún lugar de nuestras vidas,

todo para guiarnos a un mejor mañana.
O como quien dice, o como quien quiera,

todo y nada queda siempre resuelto.

Y yo, como cualquier otro,

trato de olvidar que mi vida también fue así y que lo sigue siendo.

Algo que intento crear para no recordar los malos momentos.

Café con leche

No recuerdo bien el día que me enamore del rito del café. No sé qué día fue cuando me encontraba sola en un local tomando un café con leche y que al prenderme el primer cigarrillo sentí en mí la nostalgia de todo lo bueno y la alegría por la soledad. Soledad porque estaba sola, aún en la más grata compañía mi corazón latía y late solo. Ese café, ese día, ese momento lo he vuelto a buscar un sin fin de veces en diversos momentos de mi vida.

Tanto así que hice de mis visitas a los cafés todo un acontecimiento. Cada vez que viajaba por colectivo y veía un local interesante lo anotaba en una listita en mi cabeza para recordarme que tenía que ir a conocerlo. Visite todo tipo de cafés en diferentes puntos de la ciudad; en Barrio Norte, en Palermo, en Olivos, en Puerto Madero, en Florida, en San Telmo, en Caballito, en Torcuato, en la Boca y en todo lugar donde mis pies tocaban la belleza de un lugar extraño. Sola compartía con un libro, con mi cuaderno y mi birome o un lápiz. Me encantaba sentarme a ver la gente y a volcarme en mi mundo de ensueños tan lejanos de mi realidad.

Sin embargo no siempre fui sola porque tal era mi afición por los cafés que llevaba a todo que quisiera compartir conmigo y fantasear en una de mis aventuras. Fui con todo tipo de personas, con mis amigas y con todo aquel que lo necesitaba. Me acuerdo una vez que cambié de rutina y fui con alguien a una casa de té donde me cobraron un té ocho pesos, por lo cual me dí cuenta que mi café de tres pesos con cincuenta centavos no sólo me gustaba más sino que además estaba más a fin con mi bolsillo.

Claro está que me enamoré del café, tomaba dos, tres o hasta cuatro cafés por día. Me enamoré de los lugares nuevos tanto simples como complejos. Igual, lo más lindo es que a través de ellos me enamore de mi ciudad. Buenos Aires, ese nombre único que evoca belleza, paz, tranquilidad y harmonía aunque en su esencia sea todo lo contrario.

sábado, 19 de marzo de 2011

Performance

Instrumento


Uno puede

elegir desde qué

punto de vista ver

el mundo. Hay gente

que nos hace de guía

y siempre están los

medios, cada cual

escoge el suyo.




Performero


De mi

cuerpo caen

y emanan

imágenes

mientras

com-

pongo

en

movimientos sentidos

de delirio para el que observa.

Me convierto en un medio.

La respiración pensada

y medida deja que mi

cuerpo fluya y que de él

significados y

signos surjan.

Soy un fragmento

de la realidad y estoy

aquí para que me escuches,

para armar---- tu conciencia,

para que ------tu alma crezca

y que para --------que como

ser digno------- pienses y

argumentes-------- acerca de

-lo que te -----------corresponde.

--Sirven -------------mis tentáculos

para contar ----------------más que

anécdotas ---------------------amorosas,

sirven para ------------------trazar el lienzo

del no pienso---------------------y convertirlo

en un analítico------------------------- de pueblos.

Yo soy tu amigo, de tal manera te invito a que participes

de mi sentido ya que sin ti de nada vale todo esto.

Saltos, vueltas, miradas y sonrisas.

Respiración constante,

¡toda la vida!




sábado, 26 de febrero de 2011

Recuerdos

Hay gente que predica que no hay que vivir en los recuerdos y en casos en los cuales los recuerdos no son gratos esto surge como un argumento válido, sin embargo hay veces que vivir en los recuerdos es bueno porque es allí donde también se encuentran los momentos lindos de nuestras vidas.

Por ejemplo, si yo estoy todo el tiempo recordando lo mal que la pasé con alguien, el daño que me causó y lo mucho que sufrí, se me haría muy difícil disfrutar cualquier cosa con esa persona, o simplemente viviría amargada todo el tiempo. En este caso recomendaría enterrar esas memorias, procurando buscar otras que me hagan sentir mejor. Es verdad que hay recuerdos que nos hacen daño, por lo tanto si es un pasado oscuro hay que evitar recordarlo.

He te aquí otra circunstancia, unos novios que por alguna circumstancia se tuvieron que separar, lo que en un principio va a mantener ese amor vivo van a ser los recuerdos. Si hay bonitos recuerdos, entonces hay oportunidad de que ese amor se mantenga y siga creciendo en la esperanza de volverse a encontrar para seguir creando recuerdos tan buenos como los ya vividos.

Esto no solo ocurre con las relaciones amorosas, más bien me atrevería a decir que ocurre con todas las relaciones interpersonales. En el caso de las relaciones filiales uno pensaría que el mero hecho de tener lazos de sangre es suficiente para mantener una relación viva, pero no es así. Una hija que se separa de sus padres sufre la separación por todas las buenas experiencias que ha vivido con ellos, y logra mantener el interés y el amor gracias a los buenos recuerdos acumulados durante el tiempo que han vivido juntos. Así también pasa con un hermano, una hermana, un primo, una tía, uno no ama a su familia solamente porque nacieron de la misma cepa si no por sus experiencias compartidas, y como toda experiencia se torna en recuerdo, uno siempre los lleva consigo en su mente.

Si yo me enterara hoy que tengo una hermana que nunca conocí y que para colmo no sabía ni que existía, al enterarme me daría ganas de conocerla y sí sentiría que la quiero porque vería el deber de hacerla parte de mi vida. Sin embargo hasta que no comparta recuerdos con ella se me haría muy difícil verla como parte de mi vida.

Si no hay recuerdos buenos y uno no se los repasa por la mente pues no existiría tal cosa como extrañar a alguien y quién me va a decir que extrañar es malo. Bueno, volvemos a que si la experiencia vivida con esa persona no es buena y los recuerdos no hacen mas que darme nauseas o causarme malestar o sentimientos feos como el odio, entonces sí que extrañar no es bueno, porque estaríamos extrañando algo que no nos hace bien. No obstante, muchas veces extrañamos a gente con quien hemos hecho buenos recuerdos y no hay nada de malo en ello. En muchos casos, como dije antes, es por lo recuerdos que hay ciertas relaciones que se mantienen vivas.

Mi madre tiene una amiga que quiere muchísimo, una amiga que solo vio no mas de seis veces en su vida y gracias a los lindos recuerdos que tienen juntas han logrado mantenerse muy unidas. Algo así me pasa a mi con mis amigas. Hoy me senté a estudiar con café en mano y rápido me acorde de mi gran amiga de la universidad, todos los días nos encontrábamos en la cafetería de la universidad y nos tomábamos un café. La ultima vez que lo hicimos fue hace tres años y medio, después de eso la vi solo una vez más, y hoy por hoy puedo decir que nuestra amistad sigue igual de fuerte que en ese momento gracias a todos los gratos recuerdos que tengo con ella y también porque nos hablamos seguido y nos tomamos un café mientras hablamos por teléfono, ella allá y yo acá. Me pasa con ella y con todas mis amigas, aún con las que no hablo mucho porque las llevo en mis recuerdos.

Tengo una amiga que justo se casó ayer, estos días la he tenido más presente que nunca. Me hubiese encantado poder acompañarla en su día, pero no fue posible, por lo que me aferre más a los recuerdos que tenemos juntas para evitar entristecer. Y es así que con los recuerdos voy y vuelvo a Buenos Aires, a recordar la gente con la cual compartí, aquella amiga que hablaba mi misma lengua en cuanto a la moda y el arte, aquella otra que conocí en la infancia y que volví a conocer ya de mas grande.

Me acuerdo los lugares que visité, todos los cafés a los que fui y todas las experiencias que viví, las buenas y las no tan buenas. Recuerdo y a veces me da ganas de llorar porque querría tenerlo todo de vuelta, pero después miro a mi costado y me doy cuenta que por ahora esos recuerdos me bastan para seguir queriendo a aquellas personas que en ese momento tuve cerca porque mi realidad hoy me llena.

Yo vivo en mis recuerdos, pero también vivo en el ahora y eso me hace feliz. Mis recuerdos son míos, nadie me los quita y a veces vuelo por ellos para sacarme una sonrisa y luego vuelvo al presente y lo vivo con mas ganas, con más pasión porque sé que lo que estoy viviendo ahora estará en mis recuerdos mañana. Sin mis recuerdos no sé que haría, sin ellos no sé qué tipo de persona sería, eso sí, definitivamente no sería la misma.